De la funda, saco la guitarra y
la apoyo en el sillón. Es marrón, de madera y sus cuerdas, recién puestas,
están tensas como mis músculos. La miro, te miro. No será como vos, pero se
deja tocar, digo. Vos reís, reboleás el pelo y te hechás para atrás en la
silla.
-Una de los Stones.
La agarro y esgrimo unos acordes
de She is rainbow. Entonces, empinás
el último trago de vino y te parás en la silla. Te levantás la remera hasta que
te queda enganchada del pelo, como una vincha. Estás en corpiño, levantando las
manos en forma de ve cuando termino la canción con la última gota de aire.
A la mañana siguiente, hace calor.
Me levanto de un salto con la remera empapada. Las baldosas del piso están
frías cuando camino hasta la ventana y tiro de la manija metálica. Una ráfaga
de viento tibio entra de golpe y hace sonar las cuerdas graves (ahora, la guitarra está en
su apoyo al costado de la cama). Me acerco hasta vos y te destapo. Abrazame,
decís. Silbo She is rainbow.