domingo, 31 de mayo de 2009

No sé

    

Fue una tarde de domingo en la que me dispuse a caminar por la orilla de la laguna. El agua, como de costumbre en las tardes de verano calurosas, se encontraba planchada como si el cielo la estuviese aplastando. Sobre ella los últimos rayos del sol, que ya se estaba ocultando, marcaban un pasillo en el espejo húmedo y al final estaba sentada de espaldas hacia mí en una de las escalinatas.
Tomé un puñado de piedras del suelo, me acerqué lentamente y me senté a su lado.
- ¿Qué hacías? – plop, tiré la primer piedra.
- ¿Vos que hacías? – contestó sin mirarme.
- Yo nada, salí a caminar, a pensar un rato.
- ¿Y lo pensaste?
- ¿El qué? – pregunté medio desorientado.
- ¿Cómo el qué? ¿el qué va a ser?
Entonces la recordé tal cual con el guardapolvo blanco sobre las rodillas y sus dos trenzas, una mas larga que la otra. Nos volvimos a mirar y estábamos sentados, pero esta vez bajo el sol de invierno en el patio del colegio en el tercer recreo después de la hora de matemática.
-Sí, lo pensé – contesté entrecortado.
-¿Y? – volvió a preguntar.
Otro parpadeo y un pantallazo más. En la oscuridad un reflector le encandilaba los ojos, la música alta nos incomodaba.
Finalmente respondí:
-No sé.
Ahora sí, de nuevo en las escalinatas, se paró, me dio un beso en la mejilla y antes de irse me dijo: “cuando la dejes podes venir a buscarme”. Entonces, a pesar de que ya había oscurecido, mi vida se fue iluminada con la tarde como si caminara sobre el pasillo del sol. Y yo, acompañado de la duda, me quede tirando piedras al agua en la penumbra de la noche.