lunes, 22 de diciembre de 2014

Rutina

Llegó a la oficina cinco minutos tarde y un poco desalineado, con la barba crecida. Nadie le dijo nada, pero sintió culpa. A media mañana, terminó el balance de fin de año y se sirvió un cortado de la maquina del pasillo. Después, la secretaria del jefe le trajo unos papeles verdes, amarillos y rojos. “Son para el lunes, Gustavo”. La vio salir moviendo el culo. Almorzó un sándwich de jamón y queso con agua mineral. Miró el Facebook, las noticias deportivas y se puso con eso. Cortó con un pucho en la terraza a media tarde, para bajar la ansiedad. A esa hora siempre le temblaban las manos. Volvió al escritorio: un par de sumas, restas, divisiones; Enter. Levantó la vista y vio caer el sol por la ventana. Había muerto, como cada tarde.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Prejuicio

Cuando el colectivo pasó de largo por la San Francisco, ella se persigno. Él, entonces, se volvió a poner los auriculares y tocó el timbre. La siguió mirando, pero ya no la deseaba.

viernes, 5 de diciembre de 2014

El gordo de Navidad

Era Navidad, a penas después de las doce. En la avenida principal, los pibes estaban meta fosforito, las parejas de jóvenes se paseaban en auto lento y los ya entonados tocaban bocina y piropeaban a las chicas. Euforia reglamentada. Yo estaba de camisa, me había cortado el pelo y caminaba con el paso seguro de un adolescente que aún no conoce la muerte, porque no la conocía. Todo respondía al guión de las fiestas, hasta que escuché el grito:

-Gordo, se te salió la cadena por la grasa que chorreás.

Entonces, vos, gordo, de bermudas y remera corta, con el ombligo al aire, tambaleabas como un bebé que recién aprende a caminar; te agarrabas la cabeza con las dos manos y mirabas la bicicleta tirada en el suelo, tratando de entender el sistema cual si fuese una ecuación compleja. Eras todo un circo, porque te movías al ritmo de los cohetes, de las cañitas voladoras y los fuegos artificiales, al costado de los autos que pasaban sin frenar.

Crucé la calle y me acerqué despacio. Me miraste con desconfianza y pude ver en tus ojos acuosos todas las luces que en ese instante estallaban en el cielo. De cerca eras ancho como Papá Noel, un poco más morocho y de barba renegrida. Emanabas olor a mierda y alcohol. No eras Papá Noel. Al menos, no eras el de Coca Cola. Entonces miré la ecuación y la resolví con dos movimientos. Di vuelta la bici y te la alcancé con cuidado. Esbozaste un: “Feliz Navidad”, sin jojojo, ni un carajo, pusiste los pies en los pedales como pudiste y arrancaste.

Por un instante, me miré las manos engrasadas y me las pasé por el pantalón puteándote, pero sentí la satisfacción que tienen los altruistas (al fin y al cabo, por algo ayudan). Después escuché un bocinazo pronunciado, me di vuelta y te vi zigzaguear, al ritmo de los cohetes y los fuegos artificiales. La coleada de la Chevrolet marrón se confundió con el silbido de las cañitas que volaban como vos gordo, antes de que caigas de lleno contra el asfalto y de que los autos, ahora sí, frenaran. Yo me fui caminando, pero mis pasos ya no eran tan firmes y nunca más volverían a serlo.