La llevó lejos de la gente, a un lugar más virgen. Ella se sacó la remera y corrió al río, él se sentó en una piedra y empinó una botella de plástico con agua. Se quedó mirándola, observó la sutileza de su nado, la elegancia de cada brazo al extenderse, la vio flotar, hundirse y salir con la cabeza empapada, sacudirla y volver a sumergirse.
Sin pararse de la roca tomó un palo del suelo y se puso a dibujar en la tierra, miró el cielo y el sol lo encandiló, volvió la vista al río, ella lo saludó. Recordó las vacaciones anteriores, había visitado ese lugar con los amigos, con el gordo que se quejaba por la espalda quemada y Lucas que se zambullía al agua desde cualquier lugar, sonrió.
Ahora el aire pesado y húmedo hacia de aquella una tarde agobiante. Se paró para sacarse la remera y las zapatillas, volvió a sentarse. Solía ser indeciso para meterse al agua. Se distrajo con algo que flotaba, algo transparente que se balanceaba con el movimiento del río, su vista quedó fija en aquello mientras pensó otra vez en el pasado verano. Recordó aquel día en que se fueron del pueblo, un anciano los había llamado para decirles algo, habían entrado a su patio.
En la colimba. El viejo había estado en la colimba y se había enfermado de una cosa que se enferman las ovejas ¿Qué era? No, no la enfermedad, para qué los había llamado. Tenía campos en las sierras y un día había llevado un arqueólogo, eso si. Habían encontrado el cadáver de una indiecita abrazada a un mortero y el intendente del pueblo se la había expropiado. La había vendido o algo por el estilo, recordó que el viejo estaba enojado y hablaba con mucho rencor.
Pero, para qué los había llamado. En su memoria el hombre tampoco lo recordaba y divagaba con sus reliquias desparramadas por el patio: restos de meteorito, morteros de todos los tamaños encontrados en un campo y piedras con oro, les había regalado una a cada uno. Pensó que la conservaba en algún lugar, que debía buscarla cuando vuelva a la casa.
Ahora si se concentró devuelta en el río, ella no lo miraba, hacía la planchita panza al sol. La chistó, pero no lo escuchó. Regresó su vista a la orilla, que apreció más cerca, y volvió a ver eso que flotaba. No era tan transparente, era más bien brilloso en contraste con la luz del sol. Brilloso. Pensó en el brillo de los ojos cansados del viejo, en su bastón y en que se le escapaban algunos pedos, sintió la lástima que había sentido aquel día ¿Para que los había llamado? Él preguntó algo.
“Eso era” dijo el viejo, se acordó: “cuando la mica flota el río crece, rajen”. Eso había preguntado ¿Qué es la mica? Y Lucas le había contestado “lo que parece vidrio que esta ahí en el suelo” mientras señalaba aquel día la tierra, ahora el agua, lo transparente, lo brilloso, el río. El río que ya estaba a sus pies enfurecido.
Un hombre apareció desde arriba y dio un grito de alerta tardío, él corrió algunos metros y se tiro a buscarla, la alcanzó. Ella lo abrazó para no hundirse, sintió sus dedos arrugados como pasas frescas aferrarse al cuello y, un segundo antes de que la fuerza del agua le rompa la cabeza contra una roca, le dijo algo confuso. Después se desvaneció entre los dedos de pasa, que no pudieron soportar su peso, y el poder de la corriente. Ella apenas pudo flotar como la mica y levantar el brazo elegante para agarrarse de una rama y ser rescatada, él, víctima y héroe por un recuerdo, ya no pudo mirarla.
Manuel, lo lei.
ResponderEliminarcreo que lo voy a leer de nuevo,
de todas formas te dejo un abrazo.
lola
Teflón no podía pasar sin saludar,lindo cuento el suyo! se esperan más...
ResponderEliminarPela
amigo virtual tenes que escribir otro, te madno un abrazote, nos vemos en cualquier momento :)
ResponderEliminarlila
lilo
tu amiga virtual:)